Equilibrio. La sabia ecuación entre el amor propio y la
espiritualidad, entre el disfrute de lo material y la capacidad de desapego.
Una búsqueda constante que conduce a la trascendencia de nuestro ser. Nacemos y
nos criamos en entornos influenciados por creencias erróneas que colocan al ego
como el eje rector de nuestros actos, donde los temores justifican a la
mediocridad y donde el amor se condiciona a cumplir las expectativas ajenas.
La falta de equilibrio abre la puerta al temor. El temor nos
somete al pago de precios muy altos por placebos como el amor condicionado,
estilos de vida basados en el tener y minimizando la importancia del ser. Ese
temor nos anula como personas y nos despoja de nuestra propia autoridad por
tomar decisiones y acciones, haciéndonos dependientes de la aprobación de
terceros, quienes nos ven como frágiles marionetas que se desplomarán sin
dichos placebos.
Las tendencias ideológicas que se popularizan califican como
apropiadas o inapropiadas a las ideas y las acciones de las personas, pero con
frecuencia son creadas y sustentadas por quienes tienen el poder de señalar una
ruta de manipulación que les garantice el control sobre las personas. Quienes
deciden abrazar su propio modelo ideológico, regir sus decisiones y sus
acciones desde su propia autenticidad, se convierten en malos ejemplos que
deben ser castigados para evitar que se fortalezcan y contagien a otros de
anhelos de libertad.
No es que vivir signifique ser rebelde sin sentido; más bien
significa ejercer la libertad de ser y hacer, con la disposición de pagar el
precio por hacerlo, bajo la convicción de que se conseguirá algo inmejorable.
La búsqueda constante de equilibrio rompe con paradigmas limitantes y crea
nuevas bases que dan sentido a los pasos y a las acciones. Quien ama aprende a
vivir en libertad y a dar libertad a quien y a lo que ama.
La seguridad no es mala, pero a veces es el refugio de los
mediocres que justifican su intrascendencia. La seguridad es una condición que
está ligada con la estabilidad, pero no debería convertirse en la razón para
evitar cosas nuevas, para limitarnos frente a grandes desafíos.
Cada amanecer es una promesa, una oportunidad y la ocasión
de hacer algo nuevo y trascendental en nuestra historia de vida. A pesar de lo
rutinario, es un pequeño milagro diario que puede hacer la diferencia entre el
crecimiento interior y el letargo.
La apuesta por la vida exige una responsabilidad: aprovechar
el tiempo, ver a cada persona que nos rodea como una suerte de maestro o de
compañero de viaje, de ahí la importancia de no discriminar, de no permitir que
la soberbia se vuelva nuestro filtro ante la verdad. También exige aprender a
dar y a recibir, a decir sí, pero también a decir no sin culpas ni temores.
Vivir también implica la responsabilidad de aprender a ser
feliz.
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