Ir al cine es toda una experiencia, pues destinamos un tiempo en
nuestra agenda y nos preparamos para que nos cuenten una historia
durante los siguientes minutos, sin cuestionar lo que veremos en la
pantalla siempre que lo que se nos presente tenga el toque especial para
sacarnos de la sala oscura y llevarnos al mundo que prometen, sea
inverosímil o no.
Es evidente que en cartelera encontramos de
todo: películas que cuentan hechos reales con un toque ficticio para
poder adaptarse al lenguaje fílmico. Hay tramas totalmente surrealistas
que también logran llevarnos a una catarsis especial. Géneros, hay
vastos: acción, suspenso, dramas, musicales, comedia, terror y horror,
por mencionar las más generales. Y sin embargo el hecho de contar una
historia que pertenezca a un género, que tenga una producción
sorprendente o un reparto glamuroso no garantiza que pueda catalogarse
como una “buena película”. Al margen de los premios que un filme pueda
recibir por parte de las diferentes academias de cine especializadas, recordemos que una película es un mensaje, así que la interpretación de su contenido por parte del espectador –proceso subjetivo por definición- es la que determina si se trata de una buena película o no.
A
propósito de la interpretación, es frecuente escuchar que los críticos
de cine se refieren a ciertos filmes como palomeros, confundiéndolos con
el adjetivo de “malo”, y no es lo mismo. Una película palomera es en
realidad una película sin mayores pretensiones que tan solo divertir, no
tocar temas catárticos sino sólo entretener. Un mal filme, en cambio, no logra establecer el pacto discursivo con el espectador –es decir, la
Renuncia Voluntaria a la Incredulidad- porque no cuidan los detalles,
porque su tratamiento es confuso y no causa ni diversión ni
entretenimiento.
Ejemplo de película palomera
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