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domingo, 6 de octubre de 2013

DEJA QUE PASE EL TEMPORAL


¿Quién vive en la Isla de la Tranquilidad, donde todo es miel sobre hojuelas y lo que despeina sus cabellos es el viento fresco de la estabilidad? NADIE.

Desde que vemos la luz por primera vez experimentamos un cúmulo de emociones: miedo por lo desconocido, ira por perder la zona de comodidad y el dolor, y confusión por el cambio. El llanto a penas muestra todo lo que sentimos al llegar a este mundo. De pronto la paz viene con el calor y el amor de la madre que nos acoge, y entonces hay tranquilidad, seguridad y paz. Todo en un breve tiempo. Las emociones son esa parte de nuestros instintos que nos conduce a sobrevivir en un mundo donde impera la ley del más fuerte, lo que no aplica necesariamente en el entorno humano que se rige por el uso de la razón, ciñéndose a los convencionalismos sociales y culturales. 





El reto más grande que tenemos las personas como seres individuales es dominar algo tan natural como los impulsos que nos provocan ciertos estímulos diarios -como el hecho de que las cosas no salgan como queremos, que perdamos gente o cosas importantes, que sucedan imprevistos, o que ganemos algo grande o bien, logremos una buena relación- y que podrían desatar tremendas consecuencias por el simple hecho de no guardar nuestras palabras o ciertas acciones que son el fruto de una emoción, pues ¿Cuántas palabras hirientes hemos dicho al calor de una riña, abriendo heridas tan grandes que no bastan otras palabras conciliadoras para cerrarlas? o ¿Cuántas veces, en el huracán de la alegría, tomamos decisiones que no suelen ser las adecuadas y nos hacemos de compromisos que no podremos cumplir?




Alguien que conoce el río de sus emociones, deja que fluyan sus cauces, pero no permite que sean sus rutas de navegación; puede saber cuándo es el momento de callar y dejar que el temporal caiga libremente, y cuándo es propicio hablar desde la serenidad que le brindan sus principios, su capacidad de análisis y tener presente cuáles son los objetivos en su plan de viaje.

Las emociones nos recuerdan nuestra vulnerabilidad; la razón, nuestra fortaleza.




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